La realidad migratoria panameña es un problema político con
ramificaciones sociales y económicas. Los inmigrantes llegan por vías aérea y
terrestre. En su gran mayoría son centroamericanos, caribeños, así como de
Colombia y Venezuela. No hay que ignorar el gran número de norteamericanos y
españoles. Hay un motor que impulsa la migración: el factor económico. La
presencia de estos inmigrantes, y la política plagada de corrupción de los
gobernantes, genera preocupación entre los diferentes estratos sociales del
país.
La arrogancia de los norteamericanos, el elemento colonial
que acompaña a los peninsulares y la lucha cotidiana de los latinoamericanos
por encontrar un espacio decente en el país, crean anticuerpos que muchos
observadores denominan equivocadamente xenofobia.
En realidad, el fenómeno de la inmigración no es nuevo, ni
constituye peligro para Panamá. Los pocos textos que existen sobre los tres
siglos de vida colonial panameña (1500-1800), nos hablan de una constante
transformación demográfica del istmo. Los funcionarios y aventureros españoles
y sus aliados coyunturales llegaban en oleadas a Panamá a especular con las
enormes riquezas que transitaban por la ruta interoceánica. A mediados del
siglo XIX, EEUU reemplazó al imperio español y construyó el ferrocarril
transístmico, trayendo europeos, centroamericanos y caribeños a nuestras
costas. A fines de ese siglo los franceses intentaron construir – sin éxito -
un canal a nivel provocando una nueva transformación demográfica. Quizás el
movimiento humano más grande fue durante la construcción del canal a esclusas
por EEUU, entre 1904 y 1914. Sólo la planilla de la empresa constructora
contaba con 100 mil extranjeros insertos en un país con sólo 250 mil
habitantes. Además de los trabajadores del Canal, llegaban a las costas
panameñas otras decenas de miles de forasteros a probar suerte en medio del
‘boom’ económico más grande de la historia del país.
Panamá no es una excepción. Las migraciones europeas a
América dieron nacimiento a las metrópolis como Nueva York, Sao Paulo y Buenos
Aires, entre muchas otras. A diferencia de otros lugares – quizás – Panamá no
desarrolló una política de población para organizar a la masa de población que
llegaba sin cesar al país. El siglo XX es un triste ejemplo de cómo fueron
explotados los migrantes por especuladores locales y extranjeros. Esta realidad
pareciera seguir siendo la regla en el presente siglo.
Pero, en la actualidad, hay otro tipo de inmigrante con el
cual Panamá nunca tuvo que lidiar en el pasado. Se trata de la ‘trata humana’
que realiza EEUU con migrantes cubanos, haitianos y africanos (incluso algunos
asiáticos) que son movilizados desde sus países al país del norte convencidos
que encontrarán ‘el sueño americano’. Los caminantes de varios continentes son
esquilmados por funcionarios y ‘coyotes’. En el caso de Panamá, las fronteras
de Colombia y Costa Rica, supuestamente selladas por fuerzas policiales
militarizadas locales – financiadas, entrenadas y armadas por Washington – se
disuelven como mantequilla ante la ofensiva de quienes llegan con dinero o
tarjetas de crédito en su camino a EEUU.
Las autoridades panameñas se declaran simpatizantes con los
‘transeúntes’ y le pasan el problema a la Iglesia católica que los atiende. En
el fondo, todos – gobernantes, militares, periodistas y empresarios – saben de
qué se trata. En vez de pedirle al gobierno de Washington que disponga de
medios de transporte aéreo o marítimo para los que buscan llegar a Texas, se
hacen los ignorantes y pecan de hipócritas.
Hay que exigir a los gobiernos de los países de la franja
centroamericana, México, Brasil, Ecuador y Colombia la convocatoria de una
reunión urgente de la OEA para tratar el asunto y encontrar la solución en
forma expedita. El primer punto en la agenda es definir quién es el responsable
de la llamada ‘tragedia humana’ que afecta a miles de caminantes. ¿Por qué
Washington obliga a los países vecinos de la cuenca del Caribe a jugar con las
vidas de miles de familias que quieren llegar a EEUU? La OEA puede discutir
este problema con la seriedad que la situación demanda. Los cubanos, por
ejemplo, que viajan por vía área a Ecuador con visas obtenidas legalmente en el
consulado de La Habana, siguen su camino a pie hacia EEUU. Toman varios meses
para completar el viaje, si tienen suerte. Si viajaran de La Habana a Miami en
un vuelo regular tomarían sólo media hora para llegar a su destino.
Un país sin política migratoria, como Panamá, abre la puerta
al caos.
1 de septiembre de 2016.
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