En Panamá se ha desatado – a buena hora – un debate sobre la
educación sexual en las escuelas del país. La discusión gira en torno al
proyecto de ley que está en la Asamblea de Diputados y a las guías sobre
educación sexual que prepara el Ministerio de Educación.
Los defensores de la iniciativa legal y de la educación
sexual presentan sus alegatos sustentados en las nociones de la ‘modernidad’
que se introdujeron en el mundo en el siglo XIX. (Cualquiera diría que en
Panamá estamos un poco atrasados. Pero bienvenido el debate). La modernidad
sostiene que las relaciones sociales deben basarse en nuestra capacidad de
razonar. Esto criterios deben superar las supersticiones que predominan en las
llamadas sociedades “tradicionales”. Para justificar este concepto de
‘modernidad’ se hace alusión a los avances de la ciencia y de la tecnología.
Hay otros que defienden la educación sexual sobre la base de
las grandes transformaciones que caracterizan la sociedad panameña. Se destaca
entre estos cambios el hecho que Panamá ya no es una sociedad rural y se ha convertido
en un país urbano. La economía agrícola, se ha convertido en una economía de
‘servicios’ con todos los males de la flexibilización y la desregulación
asociados con ese modelo de crecimiento.
Hasta hace poco se pensaba que, en la medida que desaparecía
la familia campesina, con sus valores muy definidos y consolidados, sería
reemplazada por la familia obrera, conservadora de valores asociados con la
educación, el trabajo y el control en el hogar. La expansión de la familia
obrera (clase media consumidora) se truncó a fines del siglo XX resultado de
las políticas económicas de una clase dominante devoradora e irresponsable.
Como consecuencia, en Panamá tenemos una familia desintegrada. Mientras había
una familia campesina o una familia obrera, con sus diversas instituciones
sociales, existía una estructura dentro de la cual la educación sexual de los
adolescentes y jóvenes se desenvolvía. En la actualidad, sin embargo, con una
mayoría de las familias desintegradas, la educación sexual se limita a sectores
muy limitados.
La elite conforma el uno por ciento de la población. Las
llamadas capas medias otro 20 por ciento. Los sectores vulnerables – familias
sin empleo formal, sin seguridad social, hijos “ni-ni” (ni educación ni
trabajo) – representan casi el 80 por ciento de la población.
La legislación sobre educación sexual tiene que contemplar
este contexto desfavorable. Hay que reorientar la política económica vigente en
el país para que contribuya a la consolidación de la familia. Incluso, algunos
economistas neoliberales que diseñan las políticas públicas reconocen sus
errores y declaran su disposición a introducir reformas.
Quienes se oponen al proyecto de ley que reposa en la
Asamblea de Diputados no son muy coherentes. A pesar de ello, tienen un fuerte
apoyo de fuerzas conservadoras que se refugian en antiguas posiciones de la
Iglesia católica y en los intereses de muchas congregaciones evangélicas.
Quienes atacan la ley señalan dos puntos importantes que
deben ser considerados. Por un lado, se preguntan con razón ¿quiénes son los
responsables en materia sexual en las escuelas y colegios? ¿Son educadores
formados en la materia o serán improvisados? En la actualidad, hay muchos
maestros en ‘escuelas ranchos’ (en ciudades y en el campo) que dan múltiples
materias a un número plural de grupos. Además, las tasas de deserción crecen
anualmente. ¿Quién atiende las necesidades de estos jóvenes que no tienen
orientación en sus hogares y no asisten a la escuela?
Por el otro, hay grupos que dicen que el proyecto de ley
está promoviendo un ‘negociado’ entre funcionarios y empresas norteamericanas
que se dedican a los programas de ‘control de la natalidad’ a escala mundial.
Sin duda es un negocio multi-millonario del cual Panamá no debe ser víctima. Si
existe esa percepción es porque en algún momento se produjo un incidente que lo
justifique. Lastimosamente, todos los
gobiernos recientes han sido y son acusados de corrupción, aceptando
propuestas ilícitas de empresas nacionales y extranjeras.
El gobierno y los legisladores tienen que enfocar el
problema de la educación sexual teniendo en cuenta la realidad del país.
También tienen que borrar cualquier percepción de negociados o de
improvisaciones. Hay sectores – minoritarios – que se oponen a que la juventud
tenga todas las oportunidades que le ofrece el enorme potencial de Panamá. El
colapso del sistema educativo, en general, y la falta de educación sexual, en
particular, son parte de un mismo problema.
14 de julio de 2016.
No comments:
Post a Comment