La semana pasada interrumpimos la segunda parte de este
artículo cuando analizábamos los enfrentamientos militares del siglo XXI.
Aunque no aparecen enfrentados militarmente en escenario
alguno, los principales actores del siglo XXI son EEUU y China. El primero
defiende sus posiciones conquistadas en el siglo XX, el segundo se mueve
rápidamente para convertirse en la potencia dominante del siglo XXI. Pareciera
que los dos países se movieran por rieles paralelos. Sin embargo, hay un
enfrentamiento sordo entre ambas potencias que es contenido por la diplomacia
de ambas potencias. China rara vez muestra su poderío en forma directa
utilizando, en su lugar, terceras fuerzas (proxies).
Sólo cuando EEUU se introduce en su territorio reacciona: la Plaza Tiananmen,
Tibet, Hong Kong, Taiwán o el Mar del
Sur de China.
La estrategia de EEUU consiste en dominar las redes
financieras globales que aseguren su control sobre la economía mundial. Hace
varios lustros perdió su primacía en el mundo de la producción industrial y su
clase obrera disminuye con el paso de los años. Cuenta con dos cartas
adicionales: Por un lado, su hegemonía ideológica-cultural y, por el otro, su
inmenso arsenal militar que le permite intervenir en casi cualquier rincón del
mundo. Con estas dos herramientas intenta socavar las alianzas de Pekín con sus
vecinos (Rusia e India), así como con potencias medianas en otros continentes
(Alemania, Brasil, Africa del Sur).
La estrategia de China consiste en convertirse en el motor
industrial del mundo, objetivo que ya logró. Además, la acumulación capitalista
le permite, en la actualidad, competir
en el plano financiero global y colocarse en la punta de la carrera
armamentista y espacial. China también pretende lograr estos objetivos sin
chocar directamente con EEUU. Mejoró sus relaciones con Moscú y está trabajando
para establecer un eje euro-asiático cuyos polos serían Pekín y Berlín.
La respuesta de EEUU a la estrategia China tiene dos grandes
vertientes que no siempre se complementan. Las mismas se traducen en las
propuestas de los consejeros presidenciales, Kissinger y Brzezinski. Ambas tienen
un fuerte contenido militarista ya que la capacidad financiero-económica del
viejo orden, basado en el eje nor-Atlantico, se debilita cada vez más. En el
caso del primero, sería encerrar a China definitivamente mediante una alianza
entre Washington y Moscú. Es la estrategia de la contención que dio buenos
resultados durante la “Guerra Fría” del siglo XX. La posibilidad de que esta
alianza se realice fue descartada por EEUU en la década de 1990 cuando la OTAN
ocupó los países del antiguo Pacto de Varsovia y las ex-repúblicas soviéticas.
La dirección rusa actual acusa a EEUU de traición por no cumplir con su palabra
cuando negoció con Gorbachev, en 1991, el desmantelamiento de la Unión
Soviética.
Los gobernantes norteamericanos desde 1991 se han inclinado
más hacía la propuesta de Brzezinski quien sostiene que el desmantelamiento de
la antigua Unión Soviética y la actual Rusia tiene que ser completa y terminal.
El asesor de Seguridad Nacional del presidente Carter (1977-1981) sugiere una
Rusia dividida en tres partes: la parte europea, la Siberia asiática y el
extremo oriente (Vladivostok). De esta manera EEUU podría mover las fronteras
de la OTAN hacia el norte y oeste de China.
En la actual campaña electoral de EEUU ha surgido un
candidato extemporáneo y aparentemente díscolo en el Partido Republicano. En
sus discursos siempre incluye algo inusitado que desconcierta a los políticos
tradicionales (establishment). Está
siempre dispuesto a hablar mal de los mexicanos, insultar a las mujeres o
denigrar a los musulmanes. Lo que no aparece en el radar de los medios de
comunicación sobre el candidato favorito del Partido Republicano, Donald Trump,
es su interés en llegar a un acuerdo con Rusia.
Trump es el primer candidato con posibilidades de ganar la
convención de un partido importante en la historia de EEUU que no surge de las
filas partidistas. Su popularidad es producto de la existencia de una enorme
masa de norteamericanos descontenta con la decadencia de la economía de ese
país. Son miembros de las capas medias que sienten frustración al ver que sus
niveles de vida son inferiores a los de sus padres. Es decir, sienten que la
actual generación ha retrocedido en su nivel de bienestar comparada con la
anterior.
La próxima semana entregamos la cuarta y última parte de
este análisis.
25 de febrero
de 2016.
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