Las guerras en el entorno global siguieron en 2015 la misma lógica de siempre. Desde
hace unos 200 años, se refuerzan por la incesante expansión del mercado
capitalista. Los grandes capitales se organizaron en torno a poderosas
monarquías o repúblicas que apostaban a nuevas conquistas más allá de sus
fronteras. En el siglo XIX las potencias capitalistas se repartieron el planeta
en una carrera por territorios (colonias), recursos naturales (minerales y
alimentos) y mano de obra barata. En el siglo XX las potencias emergentes
(Alemania, Japón, EEUU y Rusia) se introdujeron en la carrera y chocaron con las
grandes naciones del occidente europeo.
Alemana necesitaba urgentemente una salida al Atlántico para
que su economía capitalista, recién reorganizada, pudiera crecer más rápido. Al
mismo tiempo, con desesperación veía las ricas zonas agrícolas y mineras del
este europeo (incluyendo Rusia). Japón tenía sus ojos puestos sobre China,
Corea y el sureste asiático. EEUU ya era una potencia con costas en los dos
océanos más grandes del mundo y un Canal (a partir de 1914) que los comunicara
en Panamá. Rusia, a la vez, tenía recursos naturales y un vasto territorio que
llegaba al Pacífico, pero le faltaba la acumulación capitalista necesaria para
explotarlos. En ese panorama se desataron las dos guerras ‘mundiales’ más
asesinas de la historia humana: Más de 60 millones de muertes.
El desenlace de los conflictos dio como resultado, a mediados
del siglo XX, la emergencia de un mundo bi-polar dominado por EEUU y la Unión
Soviética (Rusia). La potencia norteamericana invirtió su enorme capital
acumulado en la industria y en la innovación. Sometió al mundo a su ritmo de
desarrollo y rodeó al bloque soviético (su único rival) con una red de bases
militares. La ‘guerra fría’ (1945-1990) fue un enfrentamiento de tecnología
armamentista y, al mismo tiempo, una carrera por la conquista del espacio.
El triunfo sobre el bloque soviético por parte de EEUU
sorprendió a muchos. En realidad lo que ocurrió fue una implosión del imperio
que había construido Moscú en el siglo XX. Este no tenía como eje central la
acumulación capitalista y no podía competir con los capitalistas concentrados
en la bolsa de Nueva York. En el proceso, sin embargo, el capitalismo
norteamericano también perdió su capacidad para acumular en su mercado
doméstico. La producción industrial y la explotación de la clase obrera dejaron
de ser rentables a fines del siglo pasado. EEUU se había convertido en el
centro financiero y en el proveedor de servicios a escala mundial.
Los enormes déficit fiscales y comerciales de la economía
norteamericana eran cubiertos por una corriente incesante de inversiones
extranjeras y un endeudamiento astronómico a escala global (especialmente con
China). EEUU seguía siendo la potencia dominante y, además, hegemónica. Por un
lado, su poderío militar superaba la capacidad de todos los demás países
combinados. Por el otro, los capitalistas en todo el mundo confiaban aún en su
liderazgo, tanto financiero como político-cultural.
Con la inauguración del siglo XXI, hace apenas 16 años, hay
voces que comienzan a dudar de la dominación y hegemonía global de EEUU.
Señalan que hay algunas potencias ‘emergentes’ (China) que pueden cuestionar
este liderazgo y reemplazar a Washington en los próximos cien años.
El mundo es un lugar muy complicado. Sabemos, sin embargo,
que hay reglas y los países con proyectos de acumulación capitalista globales
se atienen a ellas. Las reglas pueden cambiarse. Pero primero hay que conocer
el juego. La mayoría de los países no saben o no pueden poner en práctica el
juego y sus reglas. El país que aprendió las reglas de la acumulación
capitalista muy rápido fue China. En apenas 60 años se sometió a un ‘revolución
cultural’ y después a una transformación económica que dejó el mundo con la
‘boca abierta’. En sólo varias décadas, hizo lo que a Inglaterra y Francia le
tomaron casi dos siglos y a Alemania, Japón y EEUU poco más de un siglo.
Tomando prestado algunos conceptos de Gramsci, podemos decir
que lo primero que hicieron las potencias capitalistas globales fue desatar una
guerra de posiciones. Cada una se atrincheró en su territorio, el nuevo
Estado-nación. En este espacio construyeron un mercado capitalista nacional, un
sentimiento de unidad que superara los
enfrentamientos de clase, levantaron una fuerza militar inexpugnable y tejieron
un sistema financiero que protegiera su comercio interno y preparara una
expansión al exterior.
La próxima semana entregamos la segunda parte de este
análisis.
11 de febrero de 2016.
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