Europa occidental experimentó un resurgimiento espectacular después de la II Guerra Mundial. Económicamente pasó de las ruinas para convertirse en una aparente ‘sociedad del bienestar’ en 25 años. En parte se debió a la locomotora alemana, a la austeridad de los escandinavos y al trabajo de los países mediterráneos. El crecimiento económico alcanzó su máximo esplendor en la década de 1970, momento en que el mercado comenzó a sufrir quebrantos que las inversiones públicas no podían subsanar.
Fue en esa coyuntura que el eje franco-alemán decidió darle
al proyecto de una sola Europa un golpe de timón. Crearon el Euro como moneda
única, suprimieron fronteras (incluso para la fuerza de trabajo) y montaron un
Consejo europeo. El experimento coincidió con el colapso soviético (1991) y el
fin del campo socialista europeo. Las ex-repúblicas soviéticas y los países del
centro europeo se movieron hacia el proyecto de Comunidad europea y se
embarcaron en el pacto militar norteamericano de la OTAN.
En la década de 1990 la reunificación de Alemania la
convirtió en una de las economías más grandes del mundo. La Europa con 28 países
miembros superó a EEUU en producción y competía en riqueza. El talón de Aquiles
de Europa es su dependencia frente al poderío militar de EEUU y la disminución
de su participación en el mercado mundial. Otra de las debilidades del ‘viejo
continente’ es su población envejecida, cada vez menos productiva.
En la segunda década del siglo XXI Europa se enfrenta a un
mundo que no conoce. Hace apenas un siglo dominaba todos los continentes con
sus exportaciones y plazas financieras. Era la potencia militar por excelencia
y poseía colonias en los cuatro puntos cardenales. Su competitividad, sin
embargo, fue reducida por EEUU y, en el presente, por la China emergente. La
rica cultura europea ha sido secuestrada y desfigurada por el populismo
mercantil que promueve EEUU. Políticamente, la Europa del sur se ha rebelado y
el centro se ha manifestado partidaria de políticas neo-fascistas que
cuestionan las versiones, hasta hace poco hegemónicas, de un orden
social-demócrata y demócrata cristiano. Más encima, la política europea que
pretendía ‘rejuvenecer’ su población con migrantes del Medio Oriente se
convirtió en una bomba que reventó en el corazón del ‘viejo continente’.
La promesa europea se está convirtiendo en una caricatura.
América latina podría haber sido su salvación. No aprovechó las oportunidades
que se le abrieron al comercio y a la transferencia de tecnología que se pudo
lograr con los países de la región. La Comunidad Europea delegó en España las
relaciones con sus antiguas colonias y Brasil. Los resultados fueron
catastróficos. Madrid regresó a América con sus velas desplegadas con la idea
de reeditar la conquista.
En el lugar de los europeos aparecieron los chinos,
estableciendo campamentos mineros a lo largo de los Andes, haciendas agrícolas
sobre las costas del Atlántico así como nuevas relaciones comerciales en la
América meridional. Europa fue expulsada de su posición privilegiada en la
región.
Europa está económica y políticamente en quiebra. La crisis
griega puso fin al proyecto alemán de convertirse en potencia hegemónica. Los
ingleses están poniendo a prueba el liderazgo teutón amenazando con su
retirada. El proyecto europeo aparentemente sólo tiene una carta que puede
jugar en esta coyuntura: China.
La carta china, sin embargo, pasa por Rusia y una región
asiática convulsionada por las guerras interminables por el control de los
yacimientos petrolíferos de Medio Oriente. La creación de un eje euro-asiático
entre Pekín y Berlín que pase por Moscú puede devolverle a Europa el oxígeno
que necesita la economía alemana y de paso a los demás países de esa región.
Un eje de este tipo dejaría por fuera a EEUU y, de paso, a
América latina. EEUU dejaría de ser el centro del mundo moderno y de las
enormes ganancias que generan las inversiones que se realizan a escala global. Sería
el vuelco más significativo de la historia después de la emergencia del
capitalismo mercantil en Europa occidental hace 250 años.
América latina regresa al dilema planteado por Bolívar hace
dos siglos: ‘Somos uno o no somos’. A pesar de que hemos logrado levantar una
identidad propia – América latina – pareciera ser que es insuficiente. Lo
entendieron Martí y Hugo Chávez. La crítica a la dependencia y las teorías de
la ‘decolonialidad’ son caminos que pueden representar nuevas oportunidades.
Hay que romper con ‘nuestro
eurocentrismo’ y construir una nueva identidad.
14 de abril de 2016.
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